“La gente siempre me va a tratar por lo que he sido: una yonki”

HISTORIAS
Elena Jaso

El consumo de drogas es un hecho que está a la orden del día en nuestra sociedad. El acceso a cualquier tipo de sustancia adictiva es cada vez mayor,  igual que la normalización de esta práctica. Me gustaría hacerles una pregunta: ¿Contratarían a una persona que saben que ha sido un drogadicto? ¡No la respondan todavía!, lean antes esta historia.

«Cuando coges el ‘colocón’ o el puntazo querrías mantenerte así eternamente, se te pasa el tiempo volando, darías marcha atrás al reloj continuamente. Te da miedo que llegue el mañana, la dura realidad, porque ¡es tan bonito estar en medio de este colocón!  Te parece bonito estar así, aunque sea absurdo y asqueroso si lo miras al día siguiente. ¡Qué asquerosamente bien me siento! Me encanta. Lo haría toda la vida. Me gustaría tener siempre tanta vitalidad, tanta seguridad, tanta vida momentáneamente encantadora, aunque me dé cuenta de que todo esto me está matando y volviendo loca. Ahora pido ayuda. Me ha costado darme cuenta de que la necesito, y sé que no puedo conseguirlo sola. ¿Tengo solución? Espero que sí.»

Este fragmento corresponde a la primera de  las muchas cartas que Mónica escribió para expresar toda una amalgama de sentimientos, en su mayoría contradictorios, durante una de las etapas más complicadas de su vida, donde la cocaína, como ella dice, «se convirtió en su mejor aliada«.

Estas palabras corresponden a mayo de 2001, trascurridos pocos meses después de haber dado a luz a su segunda hija. Mónica, por decisión propia y ocultándoselo a su familia, decidió acudir a CAT [2], Centro de Asistencia Terapéutica, un centro de día donde se desarrollan terapias y asistencia psicológica  para combatir adicciones y ciertos problemas psíquicos.

«Me acordaré toda mi vida«, afirma Mónica cuando le preguntamos cómo y cuándo fue la primera vez que consumió cocaína. «Tenía 17 años. Acababa de empezar a salir con mi novio, quien unos años después se convertiría en mi marido y padre de mis dos hijas. Él estaba empeñado en que probase la coca porque decía que los efectos que producía eran alucinantes. Finalmente, me convenció; lo hice y me encantó la sensación».

El doctor Vicente Rubio Larrosa, jefe de servicio del Área de Psiquiatría del Hospital Provincial, asegura que el 80 % de los casos diagnosticados de drogodependencia comienzan como una actividad lúdica entre los jóvenes, para intentar encajar en determinado sector de la sociedad o conseguir cierta “notoria” o prestigio entre su entorno. Asimismo, afirma: «La edad de inicio de consumo de drogas está descendiendo cada vez más, porque el consumo de estas sustancias está dejando de considerarse una preocupación social

Durante sus dos embarazos cortó radicalmente la relación con la cocaína, pero tras dar a luz a sus hijas, la reconciliación con «su querida amiga» fue más que esperada. El consumo de Mónica, que en principio se restringía a los sábados, acabó alargándose a varios días por semana. Ella guardaba su apreciado polvillo blanco en la mesilla de uno de los dormitorios de su casa. Su primera hija  comenzó a caminar y a curiosear entre los cajones, así que tuvo que ir trasladándola a estanterías más altas para que no la alcanzase la pequeña. Así como subía la altura del escondite, se  iban alargando los días de «colocón«.

Mónica reconoce que durante ambos embarazos no sentía la necesidad de probarla. Pero como el pequeño ratón hambriento que ve el jugoso queso amarrado al cepo, Mónica convivía con la coca sin poder alejarse de ella. Su marido además de consumirla, la comercializaba. Ella se encargaba de machacarla y preparar los pedidos; él se dedicaba a distribuirla entre sus clientes.

Mónica no lo recuerda, pero su hija mayor le llegó a confesar que ella misma le había revelado que Mónica y su marido vendían droga. La niña sentía vergüenza y decidió no invitar a sus amigas a casa porque «olía a marihuana, te encontrabas cercos blancos de la cocaína por cualquier esquina», reconoce Mónica.

El CAT le sirvió para estar sin consumir 6 meses, pero en unas vacaciones con la familia volvió a caer y entró en una espiral de consumo, que le llevó a llegar a meterse 2 gramos diarios de cocaína. Cada mañana cuando sonaba el despertador, allí estaba la cocaína esperando a Mónica junto a su desayuno: una raya, un vaso de leche y, por supuesto, el «chino» de rigor.

En 2011, intentó suicidarse, no era la primera vez que Mónica alcanzaba tal límite. En esta ocasión ingirió 45 pastillas que agarró aleatoriamente del botiquín de su casa.«Ya no podía más: Mis hijas se habían dado cuenta de lo que tenían en casa. Toda mi familia estaba acostada aquella noche, me acerqué al botiquín y me engullí todas esas pastillas.»

Con las lágrimas rezumando de sus ojos,  besó a sus hijas que estaban acostadas y decidió irse a la cama. Cuando volvió a estar consciente estaba en la cama de un hospital. Tras la atención de urgencia en el Hospital de Nuestra Señora de Gracia para desintoxicarse.

Durante 14 días permaneció en un periodo de aislamiento absoluto, Mónica estaba alejada de sus seres queridos y  volvió a hacer de la tinta y el papel sus mejores confidentes.

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Aquí puedes escuchar la carta que escribió Mónica en 2011 desde el hospital tras intentar suicidarse.

Con la voz entrecortada todavía lee así su parte médico: ‘José González Allepuz, jefe de la Unidad de Atención y Seguimiento de Adicciones del Hospital de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza informa que Doña Mónica Larruz Sanz es paciente que ingresamos en la Unidad de Psiquiatría para desintoxicación por consumo abusivo de cocaína. Posteriormente se trasladó a la comunidad terapéutica el Frago para rehabilitación que ya finalizada, estamos siguiendo un proceso de reinserción social en nuestra unidad con resultado favorable.’

El Frago [3] fue la viga central que permitió que no se derrumbase por completo su vida. Allí estableció la que hoy en día sigue siendo su meta: sus hijas.«En su día me dije a mí misma que caer estaba permitido, pero que levantarme era obligatorio. Mis hijas estaban al final de este duro camino y yo no quería volver a fallarles

Cuando salió del Frago durante siete meses, de forma voluntaria, se sometió a análisis de seguimiento. El resultado: cero consumo. Nunca ha sentido ansiedad ni necesidad de volver a probar aquella sustancia que tantas alegrías y tanto daño le habían causado.

Leer se convirtió en su nueva adicción. Comenzó a  disfrutar de su entorno y de los detalles más ínfimos de su vida. Nunca se había imaginado un mundo sin cocaína y, por fin, a sus 40 años se había quitado la venda de los ojos que no se lo permitía.

Volvió a formar parte del constructo social y, como tal, se reincorporó al mundo laboral. La experiencia durante estos años le ha demostrado que esa droga tan adictiva ha dejado una huella en su vida que siempre le perseguirá. Además la propia familia pone trabas a la hora de empezar una nueva vida, siempre por miedo a una posible recaída. Después de una situación tan complicada, a los familiares les cuesta mucho el volver a confiar en esa persona. Mónica ingresó en el Frago junto a unas veinte personas más; de esa veintena, las tres cuartas partes recayeron.

Mónica ahora trabaja en una famosa cadena de supermercados donde admite que está muy contenta, pero donde la tensión le acompaña durante las ocho horas de jornada laboral.«Siempre vives con el miedo de que se enteren tus jefes; siempre preguntándote: ¿y si se enteran de que he sido una drogadicta?»

Ella ha llegado a pensar que si en su trabajo se enterasen, sería ella misma la que le contaría la historia a su encargado y asegura que la vería de una forma distinta.

Mónica concluye: «El mundo laboral lo puedes llevar bien, pero siempre a escondidas. Aunque intentes ocultarlo, la gente siempre me va a tratar por lo que he sido: una yonki».

Situación muy diferente es la de Diego. Tiene 54 años, comenzó a consumir alcohol a los 13 años hasta convertirse en alcohólico. A los 40, probó la cocaína, a la que también se enganchó. Su gran motivo: intentar encajar en una sociedad llena de prejuicios y superficial. Diego tiene un importante porcentaje de insuficiencias auditiva y visual y lleva toda la vida trabajando para la Once. Él tuvo la oportunidad de abrirse y contar su problema a su médico de la empresa, quien le ayudó ingresándolo en varios centros para recibir asistencia psicológica.»Un alto porcentaje de las personas que trabajamos en la Once o hemos sido alcohólicos o drogadictos. Partes con cierta desventaja a la hora de relacionarte e intentas encajar como sea. Además pasas mucho tiempo en la calle y al final no tienes ni que ir a buscarla, que te la ofrecen. De hecho me llegaron a ofrecer pasar cocaína a la vez que vendía los cupones. Por supuesto, lo rechacé

Diego conoció a Mónica en el Frago y desde entonces se han hecho inseparables. Lo que ha unido la coca que no lo separe nunca.  A diferencia de su amiga, él recayó después de su internamiento en este centro. El no tener una meta en la que centrarse o una familia que le apoyase, le hizo más difícil el no recaer. Diego asegura que Mónica en estos momentos es su principal pilar para no volver a caer en ese agujero negro, o más bien, blanco, al que nunca debía haberse asomado.

Mónica finaliza la narración de su historia con esta reflexión: «Todo ser humano tiene el derecho y el deber de cambiar aquellas actitudes que no le hacen crecer en la vida. El derecho, porque la vida da oportunidades para acabar con lo que le hace daño; el deber, por la responsabilidad de evitar esos daños a uno mismo y a los demás. Las relaciones humanas son complicadas porque a veces nosotros mismos las complicamos. Hay que saber entender a los otros, respetar sus procesos y saber ponerse en su lugar. El amor a uno mismo es imprescindible para saber reivindicar en cada momento lo que nos merecemos sin causar dolor a nadie, ni perjudicarlo.»

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